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Fuente: La REpública

Carta abierta de un joven arrepentido

24/01/2015

Publicado: 2016-06-28

Estimado Sr. Ollanta Humala 

(semi) Presidente de la República

Su excelencia,

ayer, mientras tenía el gusto de ser transportado por un patrullero inteligente (pilotado por un policía de modesto IQ), cuando se nos paseaba de una comisaría a otra porque nadie estaba seguro de a qué jurisdicción pertenecía nuestro delito, ni cómo lidiar con nuestra afinidad al disturbio, tuve a bien reflexionar sobre el desenfreno que me llevó a agredir abusivamente a nuestro valeroso cuerpo policial.

Me di cuenta -algo tarde, quizás- que no había logrado aprender del ejemplo de nuestro resignado presidente que, por el bien del orden, la belleza, el turismo y los bolsillos de la gente más linda que uno, optó en su momento por evadir el conflicto y, según los malos intérpretes, traicionar a su electorado.

¿Qué anda mal en mí, pregunté de inmediato, para que los comerciales de Coca Cola no me dejen satisfecho con los motivos que hay para sonreír en nuestro país? ¿Por qué me preocupo ahora de la maldad si más allá del mundo, llegará un momento en el que todos paguen por sus culpas? O, en términos más simples, ¿por qué no logro ver que la idea de justicia es una cojudez hacia la que me manipulan los caviares y los rojos, que la felicidad y la riqueza se alcanzan leyendo autoayuda y comprando Apple, y que si Platón naciera mañana, haría de Coelho su máximo referente?

Debí haberme dado cuenta al momento de preferir discutir con un policía en la Plaza Mayor en lugar de disfrutar con calma del cover de Maná que la orquesta del ejército, con excelente gusto y optimismo, se esmeraba en ejecutar. No entendí que la dinámica de las calles que rodean a la Plaza no es la del debate: un alcalde mudo frente a frente con un arzobispo adicto al púlpito, como abrazando un Palacio de Gobierno donde se recibe a los jóvenes funcionarios del Estado que lamen alfombras rojas y se escupe a esa mayoría que reclama sin cansancio y sin salario.

Y entonces, escuché la voz en mi oreja de Mario Huamán, Pepe Grillo sindicalista de todos los jóvenes, según entienden los editoriales de El Comercio. Y manipulado por su oratoria, sazonada con mi ignorancia y labor irreflexiva, decidí que a los "sobrecostos" de las empresas había que llamarlos "derechos sociales". Y que la Constitución (incluso el panfleto que hizo de ella el reo más caro del Perú y que nadie, ni siquiera el falso aspirante a Haya de la Torre, se atrevió a devolver su original entereza) amparaba mi derecho a la protesta.

¿Protesta? Tan solo el pretexto de una sarta de haraganes, ahora entiendo, para extender sus impulsos pan sexualistas sádico-anarco-punks, golpear policías y dejarse toquetear mientras son filmados.

Pido disculpas, entonces, a nuestro presidente. Que sabrá reconocer valientemente que el error, ni fue suyo ni fue de su ministro asnal, sino, a lo mucho, de ese policía de pobre IQ y patrullero inteligente que tuvo que escribir cuatro veces una ficha indicando mis pertenencias porque el error lo perseguía.

Adjunto a la presente una foto en la que queda constancia de mi abusivo actuar y el furor que nubló mi entendimiento.

Atentamente,

Un pulpín arrepentido.


Escrito por

Rodrigo Yllaric

La Libertad, 1990. Humano polícromo. Doctorando en filosofía de la UAH (Chile) y la UniKöln (Alemania). Editor de filosofia-afilada.org


Publicado en

Color Humano

y en este todo-nada de espejos / ser de madera / y sentir en lo negro / hachazos de tiempo